Nosotras éramos aquel
ciervo herido.
Es difícil crear una mente libre cuando sientes los
derrumbes de las vidas rotas. Es difícil coger, cacho a cacho, echar un poco de
saliva y pegar los pedazos de un sol que te quema las manos.
Es difícil disociar la realidad de la eternidad, de los
pájaros de papel.
Y tan fácil olvidar que fuimos animales sin rostro y con
nombre de desgarro.
Curiosas las miradas de los ojos vacíos, cuencas llenas de
hiedras con rocío.
Bailábamos al borde de las sombras jugando a ser equilibristas
mancos, sin caer al charco de la sangre de un ciervo que no nos comimos.
Devorábamos a nuestras hermanas en un sacrificio eterno. Para escapar por ellas
por una ventana.
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