Ese sonido tan detestable que le despertaba por las mañanas, el ruido metálico de una porra contra los barrotes, le amartillaba la cabeza. Y se volvía loco, eso era lo que intentaban todos en esa jaula gris, volverle loco. Pero él no les daría el placer de que le escucharan gritar, ni un gemido. Y lloraba, lloraba como un niño, pero en silencio. Y se le hinchaba la vena, se ponía violento, tan violento que se destrozaba por dentro. Jamás mostró señal alguna de su desesperación. Su delirio era interno. No, no les daría ese goce. Y si, en cualquier momento estallaría, y lo hizo. Un día salió de su jaula, a la hora de la comida, estaba tan cansado...las ojeras teñían su rostro, pero ¿Y qué? Cuando quieres hacer algo, cuando tienes esas ganas locas, lo haces, aunque sepas que no lo vas a conseguir. Pero si, cogió una navaja, y cuando salió al comedor, no lo pudo resistir, cuatro guardias, los cuatro que siempre le habían atormentado, el olor a sangre recorría los pasillos, el sonido de una alarma, y más tarde los disparos. No duró mucho, pero lo consiguió, al fin era libre.
[Para todas las víctimas de aquellos verdugos respaldados por la ley]
lunes, 4 de octubre de 2010
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